Father Joe Krupp | 

¿Por qué le pasan cosas malas a la gente buena?

ESTIMADO PADRE JOE:
Muchas personas buenas que conozco han sufrido horriblemente en el último mes y realmente estoy luchando por aferrarme a mi fe. ¿Por qué sufre la gente buena? ¿Cómo puedo mantener mi fe en estos tiempos?

Lamento que las cosas sean tan difíciles para ti y tus seres queridos en este momento. Como sacerdote, no es raro para mí experimentar de primera mano el gran sufrimiento que pasan muchas personas, buenas y malas. Tener dudas de fe es algo que debemos confrontar en momentos como estos.

Creo que con demasiada frecuencia nos fijamos en la tristeza y el dolor que nosotros y otros experimentamos y tratamos de teologizar al respecto. Nos ponemos un poco a la defensiva o nos enojamos con Dios y tratamos de calmar nuestra actitud o enojo con ideas que creemos que pueden ayudarnos. Intentamos consolarnos con frases hechas tales como: “Dios nunca me dará más de lo que puedo soportar”, o “Lo que no me mata me hace más fuerte”.

Es mi experiencia que todos estos intentos de consuelo fracasan por una simple razón: no abordan el núcleo de la cuestión, que es, “Me duele y no me gusta el dolor. Si Dios nos ama y es todopoderoso, ¿por qué permite que tengamos dolor?”

El Dr. Peter Kreeft lo dijo mejor en su artículo, God’s Answer to Suffering (la respuesta de Dios a nuestro sufrimiento). En él, señala que la respuesta al nuestro problema se encuentra “no tanto en las explicaciones, sino en el consuelo que recibimos: el consuelo del Padre en la persona de Jesús”.

Veámoslo de esta forma: ¿Hay realmente una respuesta que podría satisfacer los horrores y dolores de la vida y que nos permita decir “¡Ah! ¡Está bien! ¡Eso lo hace todo mejor!”?

Pareciera que esperamos una respuesta que elimine nuestro dolor. Les invito ahora a sacar este concepto de sus corazones y sus mentes. Incluso si, por un momento, los cielos se abrieran y nos dijeran la respuesta a nuestra pregunta, ¿Acaso eso mitigaría el dolor? ¿Saber cómo se rompió tu pierna te ayudará a que la pierna ya no te duela?

Tu dolor, mi dolor, su dolor – no se ven eliminados por una explicación sobre la razón por la cual ese dolor existe, pero lo que sí ayudará será saber cómo sobrellevar el dolor.

La respuesta de Dios a nuestro dolor, en las palabras del Dr. Kreeft, no es una filosofía, sino una persona y esa persona es Jesús. Su respuesta a nuestro dolor es su presencia.

Como personas, tratamos de evitar el dolor de otros. Cuando yo hablo con familias que han perdido a un ser querido, comúnmente me cuentan que se sienten abandonadas cuando sus amigos pareciera que se preguntan “cuando va a superarlo”. Gente que era muy acomedida durante el funeral y durante las semanas siguientes empiezan lentamente a alejarse y a veces hasta intencionalmente evitarles. En su libro, A Grief Observed (o un luto observado), C.S. Lewis escribió sobre su experiencia después del fallecimiento de su esposa:

“Un producto inesperado de mi perdida es que estoy consciente de que mi presencia incomoda a todos quienes se encuentren conmigo. En el trabajo, en el club, en la calle, veo a la gente, cuando se me acercan, tratando de decidir si deben decirme “algo al respecto” o no. Detesto cuando lo hacen, y cuando no lo hacen. Algunos lo evitan completamente…Prefiero los jóvenes adultos y educados, casi adolescentes, quienes se me acercan como si yo fuera un dentista, se ponen avergonzados, y rápidamente expresan unas condolencias y se retiran rápidamente sin perder la compostura. Tal vez los deudos (dolientes) deben ser aislados en asentamientos especiales como los leprosos”.

Esa es la respuesta humana al dolor: la evasión. Nosotros evitamos el dolor, evitamos a quienes sufren una pena. Pero esa no es la respuesta divina. No, de ninguna manera.

La respuesta de Dios al dolor inevitable de nosotros los humanos viviendo en este mundo caído, era y es sumergirse plenamente en él.

Estamos en el tiempo de Pascua, cuando celebramos el triunfo de Cristo sobre la muerte, su resurrección. También recordamos su pasión y muerte – que se unió a la humanidad en la experiencia del miedo, el sufrimiento y la tristeza. Él está con nosotros ahora mientras enfrentamos nuestros miedos. Ya no existe una experiencia humana con la excepción del pecado que no sea una experiencia divina también, y esto incluye nuestras lágrimas. Volviendo a citar al Dr. Kreeft, podemos decir que cuando Jesús nació “las lágrimas humanas se hicieron lágrimas divinas”. Más allá de la manifiesta belleza de tener a Dios mismo compartiendo nuestro sufrimiento, reconocemos que él ofrece santificarlo también – relacionando nuestro sufrimiento no solamente al sufrimiento de vivir en un mundo caído, sino a la oportunidad de ayudarle a salvarlo.

Cuando reconocemos la presencia de Dios entre nosotros en nuestro sufrimiento, también podemos decir a Dios “Uno mis sufrimientos a los tuyos” y en esa simple entrega y abandono, nos unimos a Cristo en su sufrimiento y le ayudamos en la salvación del mundo.

Estimado lector, experimentamos dolor y, muchas veces, sufrimos porque amamos. No hay amor sin sufrimiento, y no hay sufrimiento sin amor. La pregunta para nosotros es, ¿aceptaremos ambas realidades? Nuestro Dios así lo hizo. Él nos ama, Él sufre con nosotros. Cuando sufrimos Él nos dice, “Si me amas, compartirás mi dolor”.

Esto es un maravilloso amor. Este es un amor implacable que ni el infierno podrá detener.

A fin de cuentas, el lema de nuestro Dios y su respuesta a nuestro sufrimiento no es una explicación – es una puerta. Él amorosa, poderosa y suavemente entra y camina junto a nosotros en nuestro dolor. Él nos dice, “¡Tú no estás solo!” Él toma nuestro sufrimiento y los hace suyo para que nuestras lágrimas y heridas ya no sean solamente consecuencia de vivir en un mundo caído y destrozado, sino una experiencia divina.

Cualquier dolor, cualquier sufrimiento, cualquier pérdida que podamos experimentar será redimida en el Cielo. Allí, cuando veamos el amor cara a cara, nos volveremos a reunir y nos uniremos con todos aquellos que alguna vez perdimos y que se alejaron de nosotros.

Llora y deja llorar a Dios contigo.

Tú no estás solo.  

Tener fe
“Estas cosas les he hablado para que en Mí tengan paz. En el mundo tienen tribulación; pero confíen, Yo he vencido al mundo”. (Jn 16:33)

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